Desvariando a Media Noche

Bueno, tal vez no sea una gran historia, pero me había estado dando muchas vueltas por la cabeza, espero la disfruten y la logre exorcizar, por fin, de mis sueños.

In honorem JMGM.

Hasta donde puede dar su vida un hombre, para que su muerte le de algo a ganar. Avanzábamos pesadamente hacia la batalla. Sentía cómo es que, por el rabillo del ojo, cada uno miraba a los demás y lentamente, como tratando de inmortalizar el momento, ambicionábamos cincelar dentro de nuestra memoria cada detalle, cada cara, cada nombre, a cada uno de los hermanos que sabíamos no regresarían al campamento aquella noche.

Dentro del terreno desértico, a cada paso aumentaba las ansias, la adrenalina, pero se acrecentaba también la sed. En estas condiciones, tan extrañas a las de casa, aguantaríamos poco. Ellos lo sabían. Ellos esperaban que cayéramos ante las inclemencias de sus tierras. Entonces escuchamos los gritos, y el combate empieza y a mi lado se persigna un hombre y yo no lo entendí, pero seguí su ejemplo ¿es que Dios realmente intervendría? ¿Acaso nos ampararía en una guerra cuyo único fin era el de defender a un rey? Pero después de todo, no se necesitaba más explicación para poner en peligro nuestras vidas. El rey era la patria. El rey era vida. El rey era libertad. Y por el rey debía luchar.

Entre gritos de furia, los pasos cansados se volvieron grandes zancadas, como la colisión de las olas contra el mar. De pronto, frente a frente, levanté el escudo contra el enemigo y sentí el choque con quien sería mi personal rival. Su redondo escudo rompe un golpe zurdo, vuelan con las chispas trozos de metal.

La batalla se extiende varios minutos sin que cualquiera de los dos hiera el otro. Al parecer a mi alrededor los soldados van construyendo posiciones, recordando estrategias. Parece que el otro se percata de lo mismo cuando logro acertar un golpe. La espada penetra hierro carne y hueso. La sangre cae a borbotones por entre su armadura, pero se levanta y vuelve a luchar.

El rival repliega el brazo al esquivar
El brazo coloso parte desde abajo
Describiendo tino y fuerza cuando da

El campeón recibe el golpe con el pecho
La potencia de este levanta al campeón
La voz se le sale por entre la sangre
Bramando entre dientes una maldición
El rival le grita levántate ¡Ea!
El campeón escupe y vuelve a blasfemar
El campeón de nuevo vuelve a la pelea
Y al rival, la vista, le empieza a nublar

Con el helado y ensordecedor estallido del hacha contra el metal, doy por terminada esa pelea, pero mientras aquel caía lentamente al suelo, me percaté de la figura que se encontraba detrás ¿Cómo no pude verla? ¿Cómo pude pasar por alto su regina presencia?

Voltee para asegurarme que hubiera algún compañero que pudiese responder por nuestro soberano, pero había pocos peleando aún. Y entretanto la silueta se aproximaba con una rapidez casi demoníaca. Pero me pasa de largo, me tira y me pasa de largo y veo como es que todas estas horas, y todas estas muertes se reducen a unos instantes. Es que esa dama fatal ¿será promesa de una luz también fatal? Y es que en aquel mismo eterno y fugaz momento todo se derrumba.

El rey muere, el rey ha muerto. Que toquen las campanas. Que se escuche en nuestras iglesias. Que corra el mensajero más veloz ¡que viva el rey! El que quiso vino, el que quiso fuerza, el que ofrenda vida, gloria al que no está. El rey cae y subo la visto para verla. La dama, la reina, la guerrera del otro imperio que dio el golpe final, tan peligrosamente bella, tan peligrosamente ágil, tan peligrosamente libre, nos quitó la vida.

Termina la canción y tú, desde tu silla levantas la vista para verla. A ella. A la dama. Tu compañera, tu amiga, y aunque ella no lo supiese, tu amante. Por que a media noche, y cada veintiocho días la luna es bella. Ella serena y peligrosa. Ella quién seduce hombres. Ella que te sedujo a ti. Ella cuyos amantes, al intentar poseerla se encontraron siempre tallando poco a poco ataúdes de frescura en medio de ríos, lagos, mares y manantiales.

Nadie ha de hablar de ella, nadie pretende siquiera celebrarle la soñolienta y fantasmagórica sensación de su presencia, existe en torno a ella una especie de extraña masonería. De aquellas que transpiran la irrealidad y fugacidad de un réquiem apenas escuchado. Porque los hombres se enamoran de lo intangible. Porque los hombres se enamoran de lo bello. Porque devoto a su sensualidad le ofreciste, como cualquier romero, un altar de la única forma que lo sabes dar. Porque los hombres, enamorados de la luna le recitan poemas, le cantan canciones, le dedican batallas y porque, después de todo, quién dijo que de noche, un hombre solo jugando al ajedrez era un sinsentido.

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La canción que escuchas es esta... La pelea- Fernando Delgadillo.

13 - Fernando Delg...

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